LOS
ÚLTIMOS CARBONEROS DE CASTILLA Y LEÓN
Son en
los primeros días de junio y aún se contemplan los hornos humear. Estamos en la
localidad burgalesa de Retuerta, en las estribaciones de La Demanda, un pequeño
pueblo cercano a la turística
Covarrubias, cuyo nombre resuena, para los que no lo conozcan, por el
proyectado pantano de hace más de 60
años y que iba anegar sus tierras con
las aguas del río Arlanza. Aún queda algún resto de hormigón y el poblado de
viviendas que se construyó para tal efecto. Son los resquicios de una obra que
más bien fue una pantomima de la administración que de una obra real. Yo
recuerdo incluso los mapas de la Diputación de Burgos donde se señalaba el
lugar como destino para la práctica de deportes acuáticos.
Pero
volvamos a lo que nos ocupa estas líneas, los carboneros. Un oficio muy
arraigado en Retuerta, por lo menos desde hace 500 años, según documentos, si
no es más antigua, y que la tradición de
padres a hijos se ha mantenido. Según me cuentan en el pueblo, hasta no hace
muchos años casi todos los vecinos conocían el oficio, hoy en día son tres o
cuatro: Pedro, Juan Martín, Marciano, son los hombres que lo practican y solo uno a nivel comercial.
Los otros se sirven del carbón para su uso particular y si les sobra se lo
venden a algún restaurante de la zona para las parrillas, ya que es un carbón
muy apreciado por ser únicamente de encina y dar un sabor diferente al de otros
carbones comercializados.
Es un
oficio muy laborioso y que comienza en el mes de mayo con la recogida en el
monte la madera de encina, para bajarla al pueblo y preparar el horno. Para
ello se inicia con el clavado de un palo central y unos palos cruzados
alrededor de él hasta formar un cono de
hasta tres metros de altura según la
cantidad de leña, y que se cubrirá de gavillas de paja y tierra en su
totalidad. Una vez realizado el horno se retira el palo central, dejando la
boca abierta y se abren unas bocas en la parte de abajo. El horno se alimenta
por la boca, donde se irán introduciendo los leños de encina, ya que la
combustión se realiza de arriba hacia abajo. Los primeros días es cuando se
alimenta el horno, vigilando el proceso. El trabajo que dura entre 12 y 20
días, dependiendo de la cantidad de leña, no deja descanso al carbonero ni de
día ni de noche ya que hay que vigilar el fuego cada tres o cuatro horas.
Nuestro interlocutor se ha construido un chamizo en la era junto al horno donde
duerme y descansa durante estos días.
No hay
tiempo para otros menesteres, ya que una ráfaga de viento u otro accidente
puede agujerear el horno y avivar la combustión. Hay que estar pendiente de
tapar los agujeros que puedan salir y que las llamas no consuman la
madera. Durante la carbonización de la encina
se producen varios cambios de temperatura dentro del horno hasta alcanzar los
600 grados. Son muchos días de insomnio hasta conseguir el apreciado carbón
vegetal.
Nosotros
dejamos los montículos de tierra negra teñida por el paso de los años de carboneo
y que es utilizada año tras año para el mismo fin. Los dejamos calientes y humeantes y vemos
cada poco tiempo como el carbonero hecha de nuevo la tierra sobre esta cúpula de carbón. Él espera conseguir unos 20.000
Kg. Nos desplazamos a otra era y en este
horno, Pedro, están sacando el carbón vegetal ya acabado y metiéndolo en sacos
con la ayuda de su hija. Para ello cada vez que saca el carbón tiene que
rellenar de tierra el hueco. Es para uso
particular y para un restaurante de la zona de Pinares. Seguro que sus brasas
darán un sabor Gourmet a las carnes.
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