CABEZÓN
DE LA SIERRA. (BURGOS) Un pueblo con mucho encanto
Nos
dirigimos a Cabezón de la Sierra, un pueblo burgalés de apenas 40 habitantes.
Para llegar a Cabezón de la Sierra desde Soria se coge la N-234 hasta el Km. 427, donde nos
encontramos el cruce que nos dirige al pueblo. Desde Burgos se coge la misma
carretera y nos desviamos en el mismo punto kilométrico. Desde el cruce hasta
la población, el camino discurre por una carretera estrecha rodeada de robles,
varios con mucho porte y centenarios. Las vistas te pueden despistar de la
carretera. Cabezón de la Sierra tiene documentada su origen en 1166, según el Cartulario de
Arlanza, y su nombre vendría a significar “montículo”, según los estudiosos.
Aunque por los vestigios de despoblados creemos que es anterior a esa fecha y
se situaría en la época de la repoblación castellana.
Antes de entrar en Cabezón de La Sierra nos detenemos en la ermita del Santo Cristo, una bella construcción muy bien conservada y restaurada, donde en Pascua de Pentecostés se celebra una romería. Conserva un curioso retablo con un Cristo arrodillado. Éste retablo tiene la particularidad de unas cortinas que lo cierran. Los vecinos lo hacían cuando preveían temporales para evitar males a los campos.
Desde la ermita sale un camino que nos dirige al
Calvario y la Peña de los Sepulcros, donde hay tumbas antropomorfas
altomedievales. Las sepulturas van desde los 80 a los 190cm. Desde aquí las vistas son
espectaculares. Merece la pena detenerse a contemplar el paisaje.
A la vuelta a la carretera la vista nos dirige a la antigua estación de tren del desaparecido Santander-Mediterráneo. Las ruinas que se levantan nos recuerda el sueño de toda esta comarca por estar bien comunicada y que la desidia de los políticos echó al traste en 1984. Aún se puede caminar por dentro de las dependencias e imaginarte el trajín y las esperas de los vecinos en su sueño de montar en el tren. El trayecto de Burgos a Cabezón de la Sierra se inauguró el 13 de agosto de 1927 y el tramo desde aquí a Soria en 1929. El letrero esmaltado con el nombre de Cabezón de la Sierra sigue colgado de la pared. Me viene a la memoria que en este tramo ferroviario se rodó la película “Las Petroleras”, protagonizada por Brigitte Bardot y Claudia Cardinale en 1971 y donde seguro trabajó de extra algún vecino del pueblo.
Nos
adentramos en el pueblo, con unas calles muy bien adecentadas. Nada más entrar
vemos una típica chimenea serrana, de las llamadas “encestadas”, de las que ya
quedan pocas en toda la Sierra. De
camino a ver la iglesia nos encontramos, bajo ella, una calle muy bien adornada
con aparejos labriegos y otros elementos. Entre ellos sobresalen dos árboles
fósiles de los varios encontrados en la zona. Son árboles del Cretácico de hace
120 millones de años. El exterior de la iglesia se reconstruyó en los años sesenta del siglo pasado al derrumbarse la anterior. De la antigua se han conservado retablos, la pila bautismal y alguna que otra imagen. En la parte derecha del edificio actual se ve el solar que ocupó la derruida.
El
paseo nos lleva hasta el rollo jurisdiccional, aquel que Camilo José Cela
menciona en su obra “Judíos, moros y cristianos” escrito en 1979. Este rollo es
del siglo XVIII y está formado por una columna rematada por una bola. Este
pueblo perteneció al señorío de los duques de Veragua, quien pleiteó con
Hacinas por temas jurisdiccionales.
El camino nos dirige a
las afueras del pueblo, tras pasar un pequeño arroyo por encima de un
rudimentario puente, llegamos a una peña en cuya base hay una fuente y un
lavadero. Detrás nos encontramos una oquedad cuyo letrero informativo indica
“Refugio de los Componedores”. Curioso este oficio hoy desaparecido y que era
ejercido por hojalateros ambulantes que recorrían los pueblos arreglando los
cacharros metálicos como baldes y calderos y también arreglaban paraguas. Desde
este punto nos señala la antigua fragua, que no vimos, pero si un potro de
herrar en perfectas condiciones, que imaginamos sea una réplica de uno
anterior.
Ya de vuelta nos atendió Esperanza, la alcaldesa, que muy amablemente nos atendió y nos explicó cosas del pueblo. Seguido nos presentó a Mariano, que según ella es el que más sabe del pueblo. Es un hombre afable y sus palabras son una enciclopédia del pueblo. Además nos enseñó su pequeño, pero completo museo. En él guarda aperos de labranza, recuerdos del desaparecido tren Santander-Mediterráneo, zapatos y hormas, alpargatas, almadreñas y una espectacular rueda de carro de las de antaño, de las que eran enteras de madera, sin nada de metal.
En definitiva una visita
interesante que nos ha hecho disfrutar del pueblo y sus paisajes y que
recomiendo a todos.
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